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¿Y si hablamos de Cervantes?

Miguel de Cervantes Saavedra

 

¿Y si hablamos de Cervantes?

Antonio Machado Sanz

Aquella mañana, como tantas otras, los dos amigos se encontraron en el Café Comercial.
Jacinto ya estaba sentado en su mesa habitual cuando apareció Rafael, apoyado en un bastón y caminando lentamente.

-Lo siento -dijo Rafael- cada día estoy peor, si no te importa nos tomamos el café y volveré pronto a casa.

-Vaya, -contestó Jacinto-, hoy había planeado, siguiendo nuestros últimos paseos, continuar por el Barrio de las Letras. Me había estudiado el camino de Don Miguel de Cervantes.

-Pues sería largo el paseo - dijo Rafael sonriendo- Madrid está lleno de placas sobre Cervantes y casi todas dicen lo mismo “aquí vivió, imprimió sus libros y estudió Don Miguel de Cervantes y Saavedra”. Sólo en el barrio de las letras vivió en cuatro casas, en la calle del León, en la calle de las Huertas, en la plaza de Matute y nuevamente en la calle del León.
Y no hablemos de estatuas, la más conocida la de la Plaza de España, con Don Quijote y Sancho que la preceden.

-No te olvides de la que hay frente a las Cortes -interrumpió Jacinto-. ¿Sabías que al mover la estatua para hacer el aparcamiento subterráneo descubrieron una “cápsula del tiempo” con monedas y prensa del día de su inauguración?
Y que no murió el 23 de abril de 1616, sino el día antes.

-Claro, -replicó Rafael-, tampoco Shakespeare lo hizo ese día sino el 3 de mayo.

-La Historia siempre cambia la historia -sentenció Jacinto, y continuó- seguro que sabes que toda la publicación de sus obras se imprimió en Madrid.

- ¡Toda no! La Galatea se imprimió en Alcalá de Henares en 1585 -añadió Rafael-. Una curiosidad, Don Miguel tuvo un amigo, llamado Pedro Laynez, también poeta y en esta novela creó un personaje que era la copia pastoril de Laynez.
Cuentan que, cuando Cervantes regresó de su cautiverio en Argel, supo del fallecimiento de su gran amigo. La viuda de éste, Juana Gaitán, le solicitó su presencia en Esquivias (Toledo) para publicar, con el título de Cancionero, unos poemas de su marido que, por su inesperada muerte, no pudo editar.
Y como el azar es un hechicero, en aquella casa conoció a Catalina de Salazar, amiga íntima de la viuda. Le fue presentada, hablaron, se enamoraron y a pesar de la diferencia de edad, él 37 años y ella 18, se casaron, a pesar de la oposición de la madre y con el beneplácito del tío de Catalina, el presbítero Juan Palacios.

Llegados a ese punto, dieron por terminada la conversación

 

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